Sábado 25 de mayo de 2002
Las notas que se reproducen a
continuación
fueron tomadas de los siguientes medios:
El
Universal
OPINIÓN
“LA RUEDA DEL
PODER”
Ángel Trinidad Ferreira.
El Universal, página 8, sábado 25 de mayo
En
Puebla, el presidente Fox, actuó como es él de manera espontánea, en un acto
de campesinos ...
NUEVO AEROPUERTO EN TEXCOCO
SALVADOR ATENCO,
LA LUCHA SIGUE
Francisco Ortíz
Pinchetti. El Universal, página 9, sábado 25 de mayo
"¡Tierra sí, aviones no!", corean a todas horas, machete en mano, ejidatarios congregados ...
“LA RUEDA DEL
PODER”
Ángel Trinidad Ferreira.
El Universal, página 8, sábado 25 de mayo
En Puebla, el presidente Fox, actuó como es él de manera espontánea, en un acto de campesinos, demostrando que sí le llegan al corazón las necesidades de hombres, mujeres y niños del campo. El Presidente asistió a una jornada de la cruzada nacional por la seguridad jurídica en el campo, en donde se pusieron en manos de familias campesinas un total de 3 mil 500 títulos nacionaleros y cerca de 10 mil certificados y títulos de Procede, en 67 municipios poblanos... La secretaria de la Reforma Agraria, María Teresa Herrera Tello, subrayó que la certificación agraria que se realiza en el país es un acto de justicia social para quienes nunca han tenido el documento de propiedad de tierras en sus manos, y después subrayó que con la nueva estrategia presidencial de Contigo los campesinos podrán acceder a los beneficios de los programas gubernamentales y lograr apoyo para iniciar proyectos productivos, y con ello mejorar sus ingresos... Por otra parte, con la representación del presidente Fox, María Teresa Herrera Tello, inauguró en la ciudad de Pachuca el Encuentro Latinoamericano y del Caribe sobre Políticas de Tierra, convocado por el Banco Mundial, la FAO, gobiernos extranjeros, la reforma agraria, con la colaboración del gobierno de Hidalgo, que encabeza Manuel Ángel Núñez Soto...
SALVADOR ATENCO,
LA LUCHA SIGUE
Francisco Ortíz
Pinchetti. El Universal, página 9, sábado 25 de mayo
"¡Tierra
sí, aviones no!", corean a todas horas, machete en mano, ejidatarios
congregados frente al palacio municipal, donde mantienen un plantón
permanente. Y es que, dicen, nadie los consultó, no importaron sus razones, su
historia, su cultura, su dignidad. Por eso rechazan la expropiación de sus
tierras para la imponente obra, porque al menos "aquí a uno no le falta qué
comer".
Encaramada
sobre una roca en la cima del cerro Huatepec, desde donde se domina la inmensa
planicie ocre matizada de verdes y cafés, Guadalupe Roldán Altamirano resume
con voz trémula el drama de su pueblo: "El campo es nuestra vida. Aquí
crecimos y luchamos, y aquí tuvimos a nuestros hijos. Nosotros estamos como
enraizados en esta tierra. No nos pueden arrancar así nomás. Si nos arrancan,
de plano nos morimos". La campesina de 68 años de edad, enjuta y dura como
vara de mezquite, es activista del movimiento contra la construcción del nuevo
aeropuerto de Texcoco, que afectará sólo en este municipio del oriente
mexiquense a mil 735 ejidatarios como ella. "Mejor que de una vez nos maten
a palos, por Dios", dice bajo el sol del mediodía, cuyo ardor apenas
mitiga el viento del noroeste que incesantemente barre estas llanuras
polvorientas.
Pareciera
que nadie pensó en ella cuando después de seis meses de exhaustivos estudios técnicos,
evaluaciones financieras y cálculos de viabilidad, el gobierno federal decidió
la expropiación de 5 mil 391 hectáreas de tierras ejidales, para la construcción
del nuevo aeropuerto de la ciudad de México, en el que se invertirán más de
20 mil millones de pesos. Nadie en esos seis meses la consultó ni trató de
convencerla. A nadie importaron sus razones, su historia, sus costumbres, su
cultura ancestral, su destino, su dignidad, ni conoció siquiera el olor
penetrante de su tierra. Nadie se acordó de los campesinos.
Hoy,
doña Lupita y sus compañeros de lucha cumplen ya seis meses de resistencia.
"¡Tierra sí, aviones no!", corean a todas horas, machete en mano,
los campesinos pobres congregados frente al palacio municipal tapizada su
fachada de mantas y pintas con proclamas y consignas, donde mantienen un plantón
permanente. "No sé por qué Fox nos hace tamaña infamia; pero no lo vamos
a permitir", advierte la ejidataria.
El
anuncio
El
lunes 22 de octubre de 2001 amanecieron con la noticia. De sopetón, se
enteraron que el gobierno federal había decidido quitarles sus tierras. A las
8:45 de la mañana, la Secretaría de la Reforma Agraria notificó sin más la
expropiación al comisariado ejidal de San Salvador Atenco, uno de los 13 ejidos
afectados. Un hecho consumado, por decreto presidencial, publicado ese día en
el Diario Oficial de la Federación. Y mientras el secretario de Comunicaciones
y Transportes, Pedro Cerisola y Weber, anunciaba feliz en conferencia de prensa,
a las 10 de la mañana, la decisión oficial en favor de la opción de Texcoco
como sede de la nueva terminal aérea, las campanas de la iglesia de San
Salvador y los cohetones lanzados al cielo convocaban a los pobladores a
reunirse en la plaza.
Los
campesinos entre ellos muchas mujeres acudieron en tropel, en medio del
sobresalto y la confusión, la angustia. Unos llevaban palos, otros piedras,
algunos tomaron las coas, los azadones o los machetes con que trabajan en el
campo. Se hablaba de una inminente invasión de sus terrenos por fuerzas
federales; se decía que el pueblo todo, las casas, las calles, serían
arrasadas. "Sentíamos como que juera
el fin del mundo, mi señor", cuenta todavía alterada Jovita Reyes, una
ejidataria de 88 años de edad encorvada como alcayata.
Frente
al palacio municipal, la muchedumbre increpó al alcalde priísta Margarito Yánez
Ramos. Le exigieron explicaciones y lo acusaron de traición, de haberse
vendido. Entre insultos y amenazas tuvo que huir del pueblo. Desde ese día no
ha vuelto.
"A
mí nunca me avisaron nada", se defiende Yánez Ramos, refugiado en el
poblado de Santa Isabel Ixtapan, del propio municipio de Atenco, donde ahora
despacha. "Me enteré de la expropiación después de las 10 de la mañana,
más de una hora más tarde de que se avisó al comisariado. Yo no autoricé
nada ni firmé nada. Me cargaron una situación que no era de mi incumbencia y
sobre la cual nunca fui siquiera consultado".
Los
campesinos, enardecidos, decidieron bloquear la carretera Los Reyes-Lechería.
Luego construyeron barricadas con bultos de tierra en las entradas del pueblo,
mientras la alarma llegaba, cundía en otras comunidades de este municipio de 40
mil habitantes, como San Francisco Acuexcomac, San Cristóbal Nexquipayac, Santa
Isabel Ixtapan. Bloquearon también el acceso al palacio municipal y la casa de
la cultura y se instalaron en plantón
permanente en la explanada del auditorio municipal, donde hasta la fecha siguen.
Y empezó la resistencia.
"Nuestra
posición es muy clara y se puede resumir en tres palabras", dice Ignacio
del Valle, uno de los principales dirigentes del movimiento, "Uno: somos
pueblos originarios, autóctonos. Dos: no le estamos quitando nada a nadie.
Tres: no nos consultaron".
El
profesor y ejidatario de 48 años de edad habla recio y mira a los ojos:
"El gobierno tiene que entender que no vamos a negociar nada. Lo que se
hizo fue una grave falta de respeto a nuestros pueblos. No luchamos por un pago
mayor por nuestras tierras. No estamos pidiendo limosna. Exigimos la derogación
del decreto. Cuando se dé, no antes, podremos sentarnos a dialogar."
La
tierra
Quería
apenas clarear cuando una mañana de abril de 1930, Miguel del Valle se sumó a
los campesinos vestidos con calzón de manta y sombrero de palma, que trepaban
en desorden a los destartalados vagones del tren enviado especialmente por el
gobierno, en la estación de Chiautla, cerca de Texcoco. Un jovencito entonces
de 14 años de edad, él era uno de los miles de beneficiarios del reparto
agrario en esa región, que serían llevados a Chalco para recibir los títulos
de sus parcelas ejidales de manos del presidente Pascual Ortiz Rubio.
Los
campesinos de Atenco habían recuperado la tierra de sus pueblos. "Mi
hermano Odilón junto con su primo Francisco Espinosa jueron los que convencieron a los campesinos de los pueblos de
Atenco para pelearle las tierras a los gachupines de la hacienda La
Grande ", recuerda Miguel, entero a sus 85 años de edad. "Ese día
no se me olvida, porque fue de mucha alegría". La hacienda de San Miguel
Coyotepec, conocida como La Grande ,
poseía millares de hectáreas dedicadas a la siembra de cereales, como maíz,
cebada, frijol y trigo. Abarcaba buena parte de lo que hoy es el municipio de
Atenco. Fundada a mediados del siglo XVII por un alférez español llamado Jerónimo
de Guzmán, la finca pasó luego a ser propiedad de los padres dominicos, que
sucedieron a los franciscanos en la tarea evangelizadora de esa región ribereña
del lago de Texcoco. Finalmente volvió a manos particulares, y durante el
porfiriato alcanzó un auge productivo, basado en la explotación de miles de
peones sometidos a esclavitud. La Revolución Mexicana acabó con esa bonanza.
Entonces los campesinos iniciaron una larga lucha que culminó con la afectación
y reparto de las tierras de La Grande
, de la que hoy sólo queda su casco remodelado y pintado de amarillo a orillas
de la carretera Los Reyes-Lechería. El ejido de San Salvador Atenco fue dotado
con mil 535 hectáreas. "Gracias a mi hermano, a mí me tocó también mi
parcelita", dice orgulloso el viejo Miguel, padre de ocho hijos,
"todos profesionistas". Uno de ellos es precisamente el ahora
dirigente Ignacio del Valle.
La
tierra está en el centro del conflicto. Los campesinos se saben dueños de una
herencia ancestral, que se remonta siglos atrás, cuando esta región ribereña
del viejo lago fue poblada sucesivamente, a partir del año 1200, por los
toltecas, los teotihuacanos después y los texcocanos. Aquí, "a la orilla
del agua" que tal es el significado en náhuatl de Atenco, dispuso
Nezahualcóyotl, el gran señor y poeta de Acolhuacan, la creación de uno de
los más bellos sitios de descanso de su reino, Acatetelco, que hizo sembrar de
ahuehuetes, "los viejos del agua". Hoy es un parque recreativo ejidal
al que los atenquenses llaman Los
Ahuehuetes , aunque no queda ya uno sólo de esos árboles centenarios.
"Éste
es el corazón de México", proclama muy en serio Ignacio del Valle. La
labor evangelizadora de los franciscanos y posteriormente de los dominicos dejó
en estos pueblos vestigios arquitectónicos de gran valor histórico, según
documenta el arquitecto Ramón Cruces Carvajal, cronista del oriente mexiquense,
para quien la construcción del aeropuerto en esta zona es "una aberración
inconcebible". Más allá de esos bienes materiales de enorme valor
cultural, dice Cruces Carvajal, Atenco es "un municipio donde el hombre y
la naturaleza han mantenido por siglos una estrecha y afectuosa relación",
lo que condiciona valores y costumbres conservados a través de los siglos, y
sobre todo explica el profundo amor y respeto de los pobladores a la tierra.
"No saben lo que van a destruir", advierte el historiador.
El
paraíso
Adán
era un niño de seis años, cuando allá por los 50 su abuelo Francisco lo empezó
a llevar al campo. Nunca olvidará aquella experiencia. Había agua en
abundancia y los campos florecían, verdeaban. Se sembraba maíz, frijol, trigo,
hortalizas. En las huertas, las ramas de los árboles colgaban de chabacano y
durazno, de ciruela, capulín, perón. Los cenzontles se mecían en las varas
del membrillo y alegraban con su trino inconfundible la jornada matinal. Las tórtolas
poblaban en parvadas sauces y oyameles, y el parque de Los Ahuehuetes era
simplemente un edén. El viejo lago los espejos de agua que se formaban en su
vaso daba todavía refugio a millares y millares de patos canadienses, cuya
cacería era el sustento principal de los pobladores.
El
niño aprendió de su abuelo los secretos de la siembra, desde el barbecho hasta
la cosecha; pero sobre todo, dice, aprendió a amar y respetar el campo.
"Las semillas son sagradas, decía siempre el viejo", cuenta nostálgico
a sus 54 años de edad, el ejidatario. Nada tan emocionante como la cacería de
patos. Se hacía prácticamente a cañonazos, para lo cual se colocaban las armadas
en puntos estratégicos, por lo general contratadas por comerciantes que
llevaban los patos a la ciudad de México. "Gracias a esa experiencia, la
gente de aquí sabe manejar la pólvora", dice el ejidatario con un dejo de
amenaza. "Es parte de nuestra cultura".
Hoy
el agua escasea y las siembras languidecen. Murieron de sed los ahuehuetes. El
lago se ha secado y los patos no vienen más. La tierra fértil es cada vez
menos. El paraíso de Adán, poco a poco, deja de serlo.
Sin
embargo, el campo sigue siendo sustento de no pocas familias, lo cultiven o no.
Tierras pródigas en hierbas silvestres, aquí se encuentran quelites, epazote,
verdolagas, quintoniles, pápalo. En Ixtapan, en tiempo de aguas todavía se
recolecta en los charcos el alga espirulina, rica en proteínas, y el preciado
ahuautle, un huevecillo de mosco que se guisa con huevo y salsa, y que además
de sabroso es espléndido alimento. Por el rumbo de Nexquipayac puede aún
conseguirse la sal de tierra , cuyo
uso tiene origen prehispánico.
"Aquí
a uno no le falta qué comer, gracias a Dios", dice la vieja Lupe Roldán,
trepada en su roca-mirador. "Por eso no vamos a dejar nuestras
tierritas".
Así inquiere Adán Espinosa al reportero: "¿O`ra, ya entiende por qué luchamos?"
Dirección General de Comunicación Social de la Procuraduría Agraria dgcs@pa.gob.mx